Sobre la estela de sangre y tierra arrasada que va dejando Rusia en su avance forzado sobre el noreste de Ucrania —y de la que el Ministerio de Defensa ruso presume cada día con comunicados que hablan de posiciones “mejoradas”, pueblos “liberados”, bajas infligidas al enemigo—, Kiev ha escogido otro camino. Uno menos visible, más letal. Allí donde el ejército de Vladimir Putin avanza con columnas de tanques sobre aldeas donde aún humean los escombros de escuelas, casas y hospitales, Ucrania responde con cirugías invisibles. Una guerra sin líneas, sin trincheras, sin preámbulos. Una guerra que arde en el corazón de Kremlin.

El más reciente ocurrió a las 4:44 de esta madrugada. Bajo las aguas que separan Crimea del continente, una carga de más de una tonelada de explosivos estalló contra los pilares del puente de Kerch, la arteria de hormigón que Putin inauguró en 2018 como símbolo de control y pertenencia. Fue la tercera vez que Ucrania apuntó contra esa infraestructura. Esta vez, el ataque no dejó muertos ni heridos, pero logró su cometido: fracturar, una vez más, la conexión física y simbólica entre Rusia y su península ocupada.

Dos días antes, sin embargo, Kiev había lanzado un dardo aún más audaz y envenenado: la “Operación Telaraña”, una ofensiva de largo aliento contra bases aéreas militares rusas situadas a miles de kilómetros del frente, desde Irkutsk en Siberia hasta Olenya, cerca del círculo polar ártico. Los drones utilizados —ocultos durante meses en estructuras de madera montadas sobre camiones— cruzaron Rusia como espectros invisibles. En cuestión de horas, más de 40 aeronaves fueron destruidas o inutilizadas, entre ellas bombarderos estratégicos Tu-95 y Tu-22, piezas clave en el arsenal ruso para atacar ciudades ucranianas.
En simultáneo, dos puentes ferroviarios se derrumbaron en Briansk y Kursk, regiones fronterizas del suroeste ruso. Un tren de pasajeros descarriló. Siete muertos, más de cien heridos. El Comité de Instrucción de Rusia acusó directamente a Kiev de planear y ejecutar los atentados. Pero Ucrania devolvió el golpe verbal con una acusación más inquietante: falsa bandera.
“Una guerra ferroviaria al estilo de la Segunda Guerra Mundial es propaganda, no estrategia“, afirmó Andriy Kovalenko, jefe del Centro contra la Desinformación ucraniano.