El 6 de mayo, Rafael Grossi, director general del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), viajó a Teherán y se reunió con Hossein Amirabdollahian, ministro de Asuntos Exteriores de Irán. Menos de dos semanas después, el 19 de mayo, Amirabdollahian moría en un accidente de helicóptero en el que también perdía la vida, entre otros, Ebrahim Raisi, presidente de Irán.
Sus muertes sumergen a la esclerótica teocracia iraní en un momento de confusión e incertidumbre, con implicaciones de largo alcance para el programa nuclear del país. Grossi, recién llegado de su viaje a Irán, habló recientemente con The Economist sobre el expediente nuclear iraní, así como sobre otros asuntos de su prohibitiva lista de tareas pendientes, desde la central nuclear de Zaporizhia (Ucrania), ocupada por Rusia, hasta el “creciente atractivo” de las armas nucleares en todo el mundo.
El OIEA, con sede en Viena, tiene dos cometidos, ambos consagrados en el Tratado de No Proliferación Nuclear (TNPN) de 1968. Una es promover el uso pacífico de la energía nuclear. La otra es garantizar que el uso de dicha energía no lleve a los países a desarrollar la bomba. Y el país que más preocupa hoy es Irán.
El programa nuclear de Irán se está expandiendo rápidamente en tamaño y sofisticación. Tiene 27 veces más uranio enriquecido que el permitido por el Plan Integral de Acción Conjunta (JCPOA), un acuerdo nuclear multinacional derogado por Donald Trump en 2018. Ahora es una “cáscara vacía”, dice Grossi, que hablaba antes de la muerte de Raisi. Esas reservas, algunas de las cuales están enriquecidas al 60% de pureza, cerca del grado de armamento, son suficientes para unas tres bombas. Junto con el uso por parte de Irán de centrifugadoras más nuevas y rápidas, estos avances han “desbancado por completo” al JCPOA, afirma. El resultado es que Irán podría producir una bomba de uranio apto para armamento en una semana y siete en un mes.
Cuando Grossi visitó Irán en marzo de 2023, el país prometió cooperar más plenamente con el OIEA, incluso reinstalando el equipo de vigilancia que había retirado anteriormente. Según Grossi, los progresos “se estancaron rápidamente”, ya que ambas partes “hablaban más de la cuenta”. Grossi ha afirmado que el OIEA ha perdido “continuidad en el conocimiento”, entre otras cosas, sobre la producción y las reservas iraníes de centrifugadoras, agua pesada y concentrado de mineral de uranio. Estas instalaciones podrían utilizarse para reconstituir un programa de armas nucleares en secreto, en lugar de utilizar instalaciones conocidas que pudieran ser bombardeadas. El 7 de mayo, Grossi volvió para ver si podía desbloquear la situación. Había esperanzas de que Irán ralentizara su acumulación de uranio enriquecido al 60% “rebajándolo” a niveles inferiores. Pero no hubo tal compromiso, dice Grossi. Irán parece haber estado dando largas a todo el mundo.
También le preocupa el creciente número de declaraciones de altos cargos iraníes que afirman que el país podría estar más abierto a una bomba. En abril, mientras Israel e Irán intercambiaban disparos de misiles, el jefe de la unidad del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria iraní responsable de la seguridad de las instalaciones nucleares insinuó que Irán podría revocar una “fatwa” contra las armas nucleares emitida por el ayatolá Alí Khamenei, jefe supremo del país, en 2003. En mayo, Kamal Kharrazi, asesor de Khamenei, lanzó la misma amenaza dos veces en pocos días. “Esto es inaceptable”, afirma Grossi, “a menos que el país decida denunciar o abandonar el TNPN”.