Fue una ceremonia austera y breve, de apenas 45 minutos, sin sermones ni elegías por decisión del propio Felipe de Edimburgo. El consorte de Isabel II, fallecido cuando le faltaban dos meses para cumplir 100 años, fue despedido en la capilla de San Jorge por apenas 30 familiares por las restricciones del Covid, en contraste con los 730 soldados de todos los ejércitos que se sumaron a la pompa militar en el castillo de Windsor.
Cientos de británicos acudieron a los muros de castillo pese a la petición expresa del Gobierno de evitar aglomeraciones, y millones siguieron por televisión la ceremonia, precedida de un minuto de silencio y marcada por esa distancia física y emocional con el trasfondo de la pandemia.
La soledad de la reina, que pasó la mayor parte de la ceremonia con la cabeza gacha bajo el sombrero negro, saltó a la vista en el momento del último adiós a su marido. En el clímax de la ceremonia, Isabel II dejó escapar unas lágrimas, apenas visibles por encima de las mascarilla. El príncipe Carlos tampoco pudo ocultar su pesar y lloró por la muerte de su padre.
Aunque no quiso elegías familiares, Felipe Edimburgo fue despedido personalmente por el decano de Windsor David Conner, que le recordó someramente como, “un hombre de amabilidad, humor y humanidad, reconocido por su inquebrantable lealtad a la reina, al país y a la Mancomunidad de Naciones, y por su coraje, su fortaleza y su fe”.
“Ha sido un momento de angustia para ella, pero se ha comportado como siempre con extraordinaria dignidad y con extraordinario coraje”, aseguró el arzobispo de Carnterbury Justin Welby, que ayudó a oficiar la ceremonia. “Ella ha dicho adiós a alguien con quien ha estado casada 73 años. Pienso que debe ser algo muy profundo en la vida de cualquiera y espero que toda la nación rece con ella y sienta empatía con sus corazones”.
Pese a la simplicidad de la ceremonia, donde se interpretaron su himnos favoritos y se leyó el salmo 104, el duque de Edimburgo -que sirvió en la Segunda Guerra Mundial- quiso que los prolegómenos estuvieran marcados por la pompa militar. En el homenaje previo tuvieron un papel destacado los Marines y la Royal Navy, así como el Regimiento Real de Artillería a Caballo y la banda de la Guardia de Granaderos.
El propio duque de Edimburgo ayudó a diseñar el Land Rover Defender modificado para transportar su féretro, un empeño que le llevó 18 años, desde que el 2003 se puso en marcha la así llamada Operación Puente de Forth, con todos los preparativos necesarios tras su muerte.
ENCUENTRO ENTRE ENRIQUE Y GUILLERMO
El príncipe Felipe renunció al funeral de Estado y se inclinó por una ceremonia privada, restringida al mínimo por las estrictas normas del Covid que limitan a 30 los asistentes a los funerales. El primer ministro, Boris Johnson, decidió ausentarse para no interferir en la intimidad familiar ni quitar sitio a los invitados.
El príncipe Carlos y Camilla arroparon a distancia a la reina, aunque las cámaras siguieron ante todo las evoluciones de los príncipes Guillermo y Enrique, separados por su primo Peter Phillips. Los dos hermanos participaron en la procesión que acompañó al féretro por el perímetro interior del castillo.
Pese a la tensión y la tristeza que exhibieron, los dos hermanos charlaron amigablemente nada más terminar la ceremonia, un gesto que los cronistas reales han querido interpretar como un signo de reconciliación en el nombre de su abuelo.
La renuncia de Enrique a sus galones militares tras su “exilio” americano con Meghan ha creado un problema añadido en la ceremonia. Felipe quería que sus hijos y nietos acudieran de uniforme; al no poder hacerlo Enrique (el único que estuvo realmente en una guerra, en Afganistán) todos deberían ir de civil. El príncipe Andrés vio frustrado su sueño de acudir vestido de almirante.
La elección de los 30 invitados supuso un reto para la propia reina. Sarah Ferguson fue la más notable ausencia entre los rostros familiares. Kate Middleton y su Sophie de Wessex (esposa del príncipe Eduardo) ocuparon un lugar destacado en los bancos de San Jorge, así como la princesa Ana, Zara y Mike Tindall y varios representantes de la familia del duque de Edimburgo. Los cronistas reales destacaron también la presencia de Penny Knatchbull, condesa Mountbatten de Burma, amiga y confidente del príncipe Felipe durante décadas.
La ceremonia mereció elogios por parte de la mayoría de los analistas, que destacaron la austeridad y la empatía con los británicos en tiempos del coronavirus que se ha cobrado más de 127.000 vidas en el último año.
Los restos mortales de Felipe de Edimburgo reposan desde este sábado en la bóveda real de la capilla de San Jorge, donde están también enterrados 24 miembros de la familia real británica. Su ataúd permanecerá sin embargo allí temporalmente y será trasladado finalmente en unos años a la capilla del Rey Jorge IV.