Colombia: Lecciones de dos jóvenes que fueron “guerreros

La curiosidad y la tensión se mezclan en el lugar. La curiosidad estudiantil por saber del conflicto armado colombiano, del cual es probable que a lo sumo sepan lo que un titular noticioso revela. La tensión de los excombatientes por narrar su experiencia con el propósito de librar otra batalla: golpear las puertas de la conciencia ciudadana sobre la problemática del reclutamiento forzado. ¡Toc, toc!, ¿hay alguien allí?

El protocolo de las presentaciones y la pregunta que estaba al acecho, como agazapada, se lanza: ¿qué tan fácil es reclutar jóvenes por parte de los grupos armados? La respuesta es tal vez una granada de fragmentación para profesores y un misil balístico para los jóvenes.

“Reclutar a una niña, niño o adolescente es algo en lo que se van desarrollando habilidades en las diferentes organizaciones porque, como he dicho siempre, son personas muy fáciles de moldear, son personas a las que se les puede inculcar cosas para la guerra y dependiendo de los roles que se vaya a cumplir. Es muy fácil acercarse a ellos, por ejemplo: generando amistad, generando esa confianza que no encuentran en las casas, en los hogares o en las personas cercanas, llámense padres, tíos, amigos, familiares cercanos, en fin, si no se encuentra ese grupo de apoyo, pues, en efecto, se busca ese refugio en lugares equivocados no solamente en un grupo armado, sino en otras cosas que vienen afectando a nuestra niñez y a nuestra juventud en el día de hoy. Es tan fácil hacer creer que se está haciendo lo correcto cuando lo que hacemos está en el camino equivocado”.

Pero si la respuesta de Jordan Ordóñez, reclutado por los paramilitares en el 2002 en Nariño, a los 13 años de edad, fue un misil balístico, cuya trayectoria debió caer sobre la vertical del ego adolescente, que cree que se las sabe todas, la respuesta de Ana Milena Riveros, reclutada por las autodefensas a los 12 años fue un misil de crucero Tomahawk teledirigido al sentimiento que la juventud profesa por una de su mayores aficiones: el ocio; toda una estrategia que parece extraída de El arte de la guerra de Sun Tzu: evitar la fortaleza y atacar la debilidad, aprovechar que el enemigo ignora dónde se ataca.

“En el bloque Capital, que operaba en Bogotá se aprovechaba el gusto de los jóvenes por los lugares de juegos, a los que normalmente iban chicos de octavo grado a once, que muchas veces capaban clase. Esos locales eran administrados por un chico que normalmente vestía una buena gorra, una buena chaqueta, unos buenos yines, unas buenas Adidas, una buena moto, con plata en el bolsillo y un fierro. Al ver esto los muchachos le preguntaban: ‘¿usted cómo hace para tener esto, si este negocio no le da para tener todo eso? A lo que el administrador respondía: ‘Es que yo hago unos trabajos especiales y la empresa para la que trabajo me dio la moto, y lo que gano aquí es para las gaseosas, porque de esto no se vive’. Y así dejaba la respuesta como anzuelo. Entonces los muchachos preguntaban más, a lo que respondía: ‘para esos trabajos tengo que recibir unos entrenamientos, y yo soy un comandante chiquito, pero mando. A mí me dan mi buen sueldo.

Usted cree que yo soy pendejo, yo ni siquiera terminé el bachillerato y aquí estoy’. Si usted le decía eso a un pelao de 14 años, que cuando se pone a hacer cuentas y suma cinco años de primaria más seis de bachillerato para graduarse y salir al mundo y ganar menos de un salario mínimo, entonces llegaba la pregunta: y ´yo qué que tengo que hacer…?’ Usted tiene que ir a un entrenamiento, tiene que estar una semana fuera de Bogotá… eso no es tan fácil, pero si lo recomiendo entra fácil ¡qué tal le den una comandancia! Y los pelaos le creían”.

Lo importante, ahora, es que los jóvenes asistentes crean sus experiencias y eso solo se sabe después de la labor de seguimiento que les hacen a estas charlas. Ahora Milena envía un misil tierra – aire – corazón.

“Supe de casos de jóvenes que ingresaron porque estaban cansados de que en la casa les dijeran: arregle la cama, lave los platos, báñese, vaya al colegio; eso les incomodaba… para luego someterse a un régimen, recibir órdenes, levantarse temprano, creyendo que la guerra es tener un fusil y aprender a disparar. Eso no es así”.

Luego de ese ataque preventivo, lanza una bazuca a la vanidad: ¡¿Qué necesidad tienen de unas Adidas de 500.000 pesos?!

Esa pregunta con punta de reclamo casi concluye el ataque verbal que Milena y Jordan hacían contra la apatía social, la ingenuidad y la superficialidad, pero tal vez en sus hojas de vida forzadas se encuentra la mejor avanzada.

El currículum

“Qué puedo decir… nací en Pradera, en el Valle del Cauca, hace 34 años. A mis 13 nos fuimos con mis padres al departamento de Nariño porque nuestros familiares eran de allá. En esa región claro que vi operar primero a la guerrilla de las Farc, y tiempo después, hacia el 2002, llegaron las autodefensas y la guerrilla se marchó. Empecé a vincularme con los muchachos de la organización, que eran mis amigos… me invitaban a tomarnos una gaseosa, una cervecita… Ese fue el acercamiento inicial; luego comenzaron a prestarme la pistola, el fusil y me enseñaron a manejar las armas, a desarmarlas, a hacerles mantenimiento. Esa fue la estrategia. Creía que se trataba solo de una amistad hasta que me ofrecieron irme con ellos y formar parte de la organización. Ellos me dijeron que sin darme cuenta ya estaba untado y de manera indirecta hacía parte de la organización, solo faltaba que tuviera sueldo. Y llegó el detonante: que ellos se iban a ir de allí… que la gente ya me había visto con ellos y cuando la guerrilla regresara me podía imaginar lo que me pasaría. Y ante eso pues hablé con mi mejor amigo acerca de la propuesta, y él me dijo que si yo me iba él también le hacía. No le conté a nadie más. Y así ambos nos fuimos con las autodefensas”.

“Soy de Nilo, Cundinamarca. Tengo 44 años. A los tres años mi familia se mudó al norte del Tolima. Mi padre era administrador de una finca, y mi madre, ama de casa. Un día a la finca comenzaron a llegar miembros del frente 21 de las Farc, que con frecuencia se llevaban algún animal como vacuna por la causa, pérdida que el dueño se lo descontaba a mi papá del salario. Un día vi cómo mi papá se negó a pagar, argumentado ese hecho, y ante la negativa le dieron un culatazo de fusil en la cabeza que lo tumbó al piso. Ya caído le hicieron varios disparos, sin herirlo, alrededor de su cuerpo como advertencia. Ante los desmanes en la región, la gente se fue organizando para obtener recursos económicos a fin de organizar unos cuidadores de finca. Se trataba de gente que

había estado en el Ejército. Esa intención se regó y llegaron las personas que sí sabían lo que se estaba haciendo y ofrecieron ayuda. Poco a poco fueron llegando del Magdalena Medio. Se hacían pasar por trabajadores de las fincas y se quedaban en la zona para hacer labor de inteligencia y ver cómo eran las dinámicas de lo que ocurría en la región. Solo actuaban con individuos específicos y evitaban los enfrentamientos porque no les convenía. Escuchaba a mi padre hablarles a los empleados que esas personas era la gente buena que venía a defenderlos de los malos. Pero mi gran problema era otro: el maltrato intrafamiliar y el machismo de mi padre. Mi madre me abandonó cuando yo era muy niña, y ahí comencé a padecer… Me puso cinco madrastras, a las que tenía que llamar mamá, y yo decía: ”¡cómo así, si no son mi mamá!”. La última que tuvo cogió la costumbre de ahorcarme con el cinturón, colgándome por unos segundos, a lo que él solo decía: “es que mija, usted es muy rebelde”. Ella tenía dos hijos y para ellos si había Niño Dios, zapatos y colegio, ya que el lema de él era que si yo iba a ser simplemente mamá y esposa para qué estudiar, y con esa idea no me quería quedar. Él solo les compraba ropa a mis hermanos, mientras que a mí me tocaba andar descalza. Muchas veces me lastimé con grapas, clavos, puntillas, mientras ellos sí tenían chanclas. Los paramilitares se enteraron del problema mío, me ofrecieron una familia, respeto a mi integridad física, mudas de ropa, zapatos y tres comidas diarias, y me marché con ellos”.

Con las botas puestas

“Ingreso en las Brigadas Campesinas Antonio Nariño del Bloque Libertadores del Sur, que operaba en el norte del departamento por Leiva, El Rosario, Policarpa, Sotomayor, El Tablón de Gómez, Santa Cruz y La Unión. El acondicionamiento militar fue muy riguroso por el lema: “Que el entrenamiento sea tan duro que la guerra sea un descanso”. A los tres meses, en un enfrentamiento con la guerrilla murió mi gran amigo, lo que cambió mi forma de ver la guerra: quería acabar con la guerrilla. El grupo se financiaba con el cobro de un impuesto de guerra al procesamiento de la base de coca y la comercialización de su producto. Cobraban entre los 100 y 200 pesos por gramo. Y cada semana salían toneladas. También percibían aranceles por los insumos para el procesamiento. Al que no pagara se le imponía una multa y, dependiendo de la falta, el nivel de castigo subía. Me especialicé en trabajar en lo urbano, ejerciendo vigilancia y control entre la población civil, principalmente para detectar infiltrados del enemigo; sin embargo, la seguridad fue perforada por un topo de la Policía que trabajaba para la Fiscalía, que en pocos meses llegó a ser la persona de más confianza de quien manejaba las finanzas del frente, con acceso al computador en el que estaban las “chapas” de todos, es decir, los nombres reales de los integrantes, por lo que todos tuvimos órdenes de captura. Pero el topo se dejó caer.

“Durante el reclutamiento manejé AK-47, Fal, G-3, ametralladoras PKM, Galil 7.62 y 5.56. Estuve hasta el 2005 cuando se desmovilizaron las autodefensas y todavía era menor de edad, pero no formé parte de esa negociación porque a los menores, que éramos por mucho unos 20 de una tropa de 200 hombres, nos dieron dinero y nos mandaron para la casa. Me uní a una bacrim, creyendo que tenían la misma idea de exterminar a la guerrilla, pero rápidamente me di cuenta de que eso era otra cosa y deserté y me entregué al Ministerio de Defensa”.

“A mí me llevaron a una vereda, en donde me sirvieron comida, cuando en mi casa yo era la que servía, y eso hacía la diferencia, pensé en regresarme, pero solo pensar en la paliza que mi padre me daría frenó el intento. Al otro día tocó echar infantería durante dos horas y para eso me dieron

unos tenis y un pantalón. Fueron tres meses muy duros de entrenamiento, en los que además de lo relacionado con las armas tuve que aprender a formar y las oraciones a los comandos, cuando ni siquiera me sabía el Padrenuestro. Un día era levantarse a las tres o cuatro de la mañana a hacer entrenamiento físico, luego desayunar, ir al polígono, cosas así. ¿En qué me destaqué? Me caractericé por tener más resistencia que el resto de las mujeres hasta pensaron que yo había formado parte de la guerrilla, por lo que me tenían bajo observación. Nunca hubo un intento de agresión sexual ni interés en que fuera pareja de algún hombre. Nunca fui femenina. Siempre estuve entre hombres, siempre tuve una posición más varonil, todavía yo me paro con un hombre, hablo como un hombre, habló golpeado como un hombre, me tocó aprender a ser un hombre para sobresalir, para no estar inmiscuida en ese tipo de labores como ir al puteadero o a dárselo a alguien para sacar información. Decían que yo era una machorra, que no me gustaban los hombres, y eso me sirvió de protección, a diferencia de muchas chicas que se maquillaban, que querían parecer atractivas a los ojos del comandante para tener algún tipo de privilegios, y eso no iba conmigo porque recordaba las palabras de mi papa: que las mujeres solo sirven para tales cosas. Sí tuve una relación a escondidas un tiempo después, ya adulta, con alguien del mismo frente. ¿Qué por qué a escondidas? Porque había visto que cuando las parejas pedían permiso para tener relaciones, a los pocos días los separaban enviándolos a diferentes bloques. ¿Qué si cobré vacunas? No lo hice porque recordaba lo que viví en la finca, entonces no me podía convertir en alguien así, y menos recluté; a mí lo que me gustaba era estar en el frente, ganándole terreno al enemigo.

“Estuve en varios bloques: Centauros, que operaba en los Llanos, comandado por Miguel Arroyave, alias ‘Arcángel’; en Capital, que fue cuando tuve mi primer hijo, producto de esa relación, y por último en el Bloque Norte, en la Guajira. Me retiro de esas actividades el 9 de marzo del 2006, en Cesar (Valledupar), porque fuimos uno de los últimos bloques en desmovilizarnos”.

De civil

“Ingresé al proceso para menores de edad desvinculados para el restablecimiento de derechos con el Bienestar Familiar, y mientras estaba allí pude terminar el bachillerato. Luego estudié dos carreras técnicas: operaciones comerciales y contabilidad, gracias a la ACR, que hoy es la Agencia para la Reincorporación y Normalización (ARN), a través de Cafam y el Sena.

“Ahora estamos en un tema con la JEP, a la que se enviaron unos informes con el objetivo de que se nos reconozca, que se generen programas. En el grupo en el que trabajo buscamos realizar acciones sociales para que los niños no caigan en este conflicto armado, cuando realmente los adolescentes deben estar con su familia”.

“Me desmovilizo porque tuve el niño, al que había dejado con una prima… es que ya había algo por lo cual valía la pena regresar, y aunque estaba en el bloque, era más precavida, ya no “frenteaba”. Que si necesitaban a alguien en la cocina yo me regalaba. Porque mi misión era salir con vida, estaba cansada de esa existencia, quería echar raíces, volver a ver a mi papá, con quien me encontré, formar una familia para que no se repitiera la historia de abandono que yo tuve”.

Ahora Jordan, que fue indemnizado como víctima por el Estado, aprovecha esa experiencia en la guerra para su nueva misión: hacer charlas en colegios y universidades, a través de iniciativas propias o por diferentes programas como las realizadas por él con la estrategia de prevención de reclutamiento “Mambrú no va a la guerra, esto es otro cuento”, de la ARN, o través de fundaciones que al hacer seguimiento sobre el impacto de las mismas revelan una notoria mejoría en el rendimiento académico de los estudiantes.

Milena también comparte este interés en evitar el reclutamiento forzado de menores cuando es invitada a hablar del tema por algún profesor de un plantel educativo, por el Centro Nacional de Memoria Histórica, conversatorios realizados por excombatientes de las AUC, de la guerrilla, del Ejército y víctimas del conflicto, eventos en los que, según Milena, “los jóvenes están muy a la expectativa, y al ver que estamos los cuatro frentes en un solo panel, que nos intercambiamos una gaseosa, que hay un nivel de reconciliación, eso los asombra, porque hay mucho joven con posiciones diferentes, muy polarizados, que juzgan a unos como los malos y a otros como los buenos, entonces se les desbarata el imaginario que tienen sobre el conflicto, y se genera empatía y un diálogo de país”. ¡Toc, toc!, ¿hay alguien allí?